139. Juntos
- L Rshaw
- Aug 5, 2021
- 6 min read
Updated: Aug 6, 2021
"Una de las bendiciones de los viejos amigos es que puedas permitirte ser estúpido con ellos." - Ralph Waldo Emerson
Fue nuestro último dÃa completo juntos en México. Como tal, todos fuimos al Centro (la parte más al norte de Reynosa) para comprar algunas recuerdos para la familia. El Centro era conocido por su variedad de comercio debido a su proximidad inmediata al puente internacional que cruza hacia Texas. Estaba decidido a encontrar algo para mi mamá, mi papá, mi hermana y mi nuevo cuñado, aunque no estaba seguro de qué. HabÃa mucho para elegir, pero querÃa conseguir algo auténtico mexicano, no algo que pudiera comprarse fácilmente en casa. Me decidà por un cinturón de cuero hecho a mano para mi hermana con un patrón agrÃcola mexicano cosido; Pensé que a ella le gustarÃa algo relacionado con la moda. Para mi mamá y mi papá, obtuve suéteres de lana de punto coloridos, a juego pero de diferentes colores; uno era rojo y negro y el otro era rosa. He visto a gente en Utah usándolos, pero estos eran auténticos y si no los querÃan, podÃa usarlos yo mismo. Y para mi nuevo cuñado, Alex, luché por encontrar algo porque no sabÃa lo que le gustarÃa, pero me decidà por un auténtico sombrero mexicano con los colores de la bandera mexicana. No podrÃa irme de México sin él.

Para nosotros, encontramos a un hombre, al que los demás ya conocÃan, que hacÃa pulseras artesanales por unos veinte pesos cada una. Por lo general, costaban más, pero hicimos un trato con él debido a nuestro pedido masivo. El Élder Johnson, el Élder Brogan, el Élder Webb, el Élder Hale y yo pedimos una pulsera que decÃa "Distrito D", que incluÃa los colores de la bandera mexicana. Cada uno tardó unos quince minutos en tejer con sus hábiles manos. Era un verdadero profesional. Ya que eso iba a tomar un tiempo, fuimos a mirar escaparates y obtuvimos otros regalos para nuestras familias. Visitamos de todo, desde los Tianguis hasta Coppel y la tienda de botas. Compramos algunas cosas en los puestos del mercado local, pero buscamos más que gastar. La mejor parte de ese dÃa fue estar entre viejos amigos. Después de tener nuestras bolsas de regalos, descansamos un poco alrededor de la plaza y disfrutamos el dÃa hablando en inglés; Fue divertido ver a todos los demás compradores mirándonos con nuestra emoción acelerada como niños en una excursión al parque de diversiones, un grupo de camisas blancas y corbatas parloteando en inglés, casi todos nosotros caucásicos en México (A partir del bronceado que yo habÃa llegado a ser). Encontramos la mayor alegrÃa en las cosas simples que no se pueden comprar con todo el dinero del mundo.
Para nuestra última noche en México, nos llevaron a la Casa del Presidente para un último devocional privado. Era una hermosa casa en una comunidad privada en el borde del área de Riveras llamada Privada Las Fuentes, que estaba casi exactamente a 1.6 kilómetros al suroeste de donde vivÃamos en Riveras en lÃnea recta. Solo habÃa visto fotos de su lugar antes de la misión y, por supuesto, no se nos permitió entrar porque de todos modos era una comunidad privada. La única razón por la que alguien realmente pudo ver su casa fue cuando iban a casa y publicaban fotos en la página de Facebook. Se veÃa exactamente como lo recordaba casi dos años antes en Facebook cuando recibà mi llamamiento misional. El Presidente Regalado nos dejó esperando en su hermosa y espaciosa sala por lo que debió ser al menos media hora mientras se dirigÃa a hacer otros preparativos. Era diferente a la mayorÃa de las otras casas en las que me senté mientras estaba en México. Nos sentamos en un cómodo silencio sobre cómodos muebles en el lugar con aire acondicionado, con las luces apagadas, aliviados y exhaustos. Fue un gran cambio con respecto a la constante prisa por hacer las cosas. Por una vez, no tuvimos que pensar en la hora del dÃa o dónde ir a continuación o qué comer. Por una vez, podrÃamos descansar de verdad.
No sé cuánto tiempo estuvieron ausentes el Presidente Regalado y los demás Élderes de la oficina, pero estuvieron fuera por un tiempo; aunque nos Ãbamos, todavÃa tenÃan sus responsabilidades para con el resto de los misioneros de la misión. Es posible que se hayan ido por más de una hora; no habÃa forma de saberlo, dado que todos estábamos medio dormidos y no tenÃamos prisa. Cuando regresaron, el resto de la velada estuvo dedicado a nosotros. Los Élderes de la oficina que asistieron estaban casi tan emocionados de estar allà como nosotros.

Compartimos algunos sentimientos y testimonios finales como parte de nuestro devocional de despedida. Fue solemne pero emocionante, lleno de emociones. Recibimos obsequios que incluÃan una especie de anuario misional de todos los misioneros que alguna vez habÃan servido en nuestra misión, nuestra fotografÃa magnética (la sudorosa que se tomó en nuestro primer dÃa en la misión) que se guardaba en las oficinas para hacer los cambios de asignaciones que habÃan firmado, una foto enmarcada de Cristo, un par de discos que habÃan hecho con algunas fotos y videos, y devolvieron nuestro testimonio que habÃamos escrito en nuestro primer dÃa en el campo misional (el dÃa que conocà mi entrenador, el Élder Howard). Pusimos un grabado de lápiz de color de nuestra gafete en el libro de himnos del presidente para inmortalizar cuál era nuestro himno favorito. La mÃa era "Somos los Soldados."

El sol poniente brillaba con sus espléndidos rayos anaranjados y rojos como siempre. Debo decir que México tiene los atardeceres más hermosos del mundo; eso es algo positivo del polvo y la humedad. La hora de la noche se hizo profunda, oscura y tarde. Nos llevaron a Sirloin Steakhouse todo lo que pueda comer para nuestra "última cena". Era tan insatisfactorio como las últimas tres veces que habÃa comido allÃ, pero la compañÃa era mejor. Era difÃcil de creer que tendrÃamos nuestra próxima cena con nuestras propias familias en nuestros propios hogares en menos de 24 horas desde ese momento en América la Hermosa.
El Presidente Regalado disfrutó la noche tanto como nosotros. Le prometió al Élder que podÃa apilar el cono de helado más alto el privilegio de llevarnos de regreso a la casa de la misión (recuerde, no tenÃamos autos y realmente no se nos permitÃa conducir). Fue fiel a su promesa. Creo que el Élder Allen ganó. Su helado debe haber tenido más de un pie de altura y no fue el único competidor que casi ganó. Probablemente no fue su mejor criterio permitir que un tipo que no habÃa conducido en al menos dos años tomara el volante en laos salvajes carrerteras sin ley de Reynosa por la noche mientras no solo tenÃa su vida, sino el resto de nuestras vidas en sus manos. cuando solo tenÃamos que sobrevivir un par de horas más en suelo mexicano. Pero como siempre, estábamos a salvo. A decir verdad, cuando los miembros nos llevaban o simplemente viajábamos en taxis, la mayorÃa de la gente nunca usaba cinturones de seguridad, asà que me habÃa acostumbrado a ir sin ellos porque nadie los imponÃa. Pero me aseguré de que el mÃo hiciera clic en ese momento, sin importar lo corto que fuera el viaje de regreso a la casa de la misión porque no iba a correr riesgos. Llegamos tarde a casa porque el toque de queda del horario de la misión de estar en la cama a las 10:30 no se aplicaba a nosotros. Mientras conducÃamos de regreso a la casa de la Misión en la oscuridad de la noche y todo lo que podÃa ver eran las luces de las tiendas, las luces de los autos y las luces de la calle, fue un pensamiento solemne pensar que probablemente nunca volverÃa a ver cómo se verÃan.
El Élder Howard, mi primer entrenador, me envió un correo electrónico unas semanas antes felicitándome por concluir mi misión y compartió conmigo su última experiencia. Dijo que se habÃa arrodillado en oración silenciosa en su última noche como misionero para dar gracias y pedirle al Señor que aceptara su servicio. Sentà que era correcto seguir su ejemplo y hacer lo que él hizo. Llegamos a la casa de la misión muy tarde y querÃa refrescarme para irme temprano a la mañana siguiente, ya que ya estaba fÃsicamente cansado, no solo por la última hora, sino por los años de intenso servicio, pero no antes de ofrecer una oración silenciosa de gratitud similar, mis rodillas al lado de mi cama y reflexioné lenta y profundamente sobre mis bendiciones especÃficas. Pero, ay, las palabras no pudieron hacer justicia en la oración por la gratitud que sentÃa por mi Dios. Cerré los ojos y dormà por última vez como misionero de tiempo completo para la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos DÃas. A esa hora en el dÃa siguiente, estarÃa en la comodidad de casa con una familia que no habÃa visto en casi 2 años.