138. Visitas Finales
- L Rshaw
- Aug 5, 2021
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En nuestra misión en esa época, a los misioneros quienes estaban a punto de concluir sus misiones, se les concedió permiso para visitar a los conversos en sus últimos tres dÃas. Tres dÃas para despedirnos, para pasar tiempo con aquellos a quienes habÃamos llegado a amar no es mucho tiempo, pero probablemente es más de lo que permitirÃa un presidente de misión más generoso. Se sentÃa extraño no tener que planear lecciones o fijar citas, usar nuestra agenda o estudiar las Escrituras por la mañana, etc. El tiempo libre parecÃa un concepto extraño porque estábamos muy acostumbrados a mantener un horario fijo ajustado. Para ser honesto, se sintió mal, casi pecaminoso, no tocar puertas o cargar nuestras mochilas por la ciudad como lo estaba haciendo el resto de la misión en ese momento exacto. Pero fue una gran bendición poder visitar algunos rostros familiares y ver los frutos de nuestro trabajo. Era como viajar en el tiempo revisitando lugares, personas y recuerdos antiguos. Estoy agradecido por la fiesta de pizza que tuvimos para poder ver a todos en la misión una última vez a la vez; esta vez, tenÃamos que elegir qué amigos visitar. Era tan atemporal que sentà que finalmente podÃa ver el panorama general del rompecabezas que habÃa estado armando en esos dos años. Literalmente, estaba viendo, al menos en parte, mi vida y mi legado destellar ante mis ojos.
HabÃa tomado el autobús desde Valle Hermoso al noreste hasta Matamoros para recoger al Élder Gray antes de ir hacia el oeste a Reynosa (ya que todavÃa no podÃamos estar solos como misioneros, ni siquiera en el autobús). Durante nuestras últimas tres noches, estarÃamos durmiendo en la casa de la misión. PermÃtanme especificar: La Nueva Casa de la Misión. Para apreciar lo que estoy a punto de describir, recuerde la traición de la primera casa de la misión en la que dormà en mi primera noche veintidós meses antes. No era del todo nuevo cuando pude dormir en la nueva casa de la misión (ya que habÃa dormido allà la noche antes de irme a Valle Hermoso y habÃa pertenecido a la misión durante más de un año) pero era relativamente nuevo para mà de todos modos. Estaba muy cerca de las oficinas de la misión. Posiblemente era la casa más grande que habÃa visto en mi vida o probablemente era solo que yo estaba tan aclimatado a las pequeñas casas y apartamentos de México que esta se sentÃa anormalmente espectacular en comparación. Los Élderes de la oficina dormÃan en los dormitorios de arriba. HabÃa cuatro literas en la planta baja (para 8 personas) y no recuerdo mucho de la planta de arriba; pero habÃa mantas adicionales y cosas por el estilo, si la gente querÃa dormir en el suelo o lo que fuera y teniendo en cuenta que éramos 11 de nosotros yendo a casa, uno esperarÃa hacer sus propios arreglos. La cocina era grande y moderna, completa con un horno (que pocas personas en México tenÃan o usaban). El refrigerador era de acero inoxidable, no minúsculo como el resto de la misión tuvo que aguantar. El comedor tenÃa una mesa de vidrio adecuada con sillas de madera oscura adornadas con cojines y una pequeña araña de luces que colgaba del techo. TenÃa aire acondicionado (que funcionaba mejor cuando las puertas cerraban las habitaciones). No estaba impecablemente limpio y todavÃa estaba mohoso y húmedo, pero esto fue una mejora significativa en comparación con la mayorÃa de los lugares. Otro inconveniente era el incesante pitido agudo de la alarma de seguridad que sonaba cada minuto más o menos que no pudiéramos apagar, y el coro de grillos en la noche de verano. Aparte de eso, no tenÃa mucho de qué quejarme. Fue solo por unas pocas noches.
El Élder Gray y yo llegamos minutos después de que todos los demás Élderes se hubieran ido de visita. Todas las camas estaban ocupadas y las maletas estaban por todas partes. Los trajes y pertenencias parecÃan tener la personalidad y el espÃritu del misionero al que pertenecÃan, ya fuera la manta de los Broncos del Élder Brogan, las corbatas o incluso los diferentes tonos de negro, gris y marrón de sus trajes. PodÃa verlos y saber de inmediato a quien pertenecÃan. Cogà un colchón de repuesto y lo coloqué en el suelo del comedor, debajo del aire acondicionado. De hecho, fue sorprendentemente cómodo. PodrÃa haber sido incluso mejor que las literas. Era espacioso y más silencioso, y tenÃa aire fresco en la cara. ¿Qué más podrÃa haber pedido?
El Élder Gray y yo decidimos visitar a Riveras primero, ya que ambos tenÃamos eso en común. Visitamos a J. y T. Desafortunadamente, no estaban vendiendo Chamoyadas ese dÃa. Después de visitar a T., le preguntamos si J. iba a salir a vernos. Nos dijo que estaba enferma. ¡No me iba a irme sin ver a J.! Le preguntamos si podÃamos entrar y darle una bendición del sacerdocio, lo cual hicimos. Estaba débil, pálida, apenas podÃa mantener los ojos abiertos y apenas podÃa hablar. Le di la bendición y el Élder Gray ayudó, para que ella comenzara a recuperarse de inmediato y encontrara la fuerza para continuar con sus tareas diarias. La habitación estaba silenciosa, reverente, no de miedo sino de fe. Salimos con espÃritus contentos.
Tuvimos una linda visita con la familia Muñoz a la vuelta de la esquina, a la que ambos querÃamos ver, a pesar de que Tania no estaba. También visitamos a algunos amigos del Élder Gray que se habÃan bautizado después de que yo me fui del área. Fue un buen dÃa. Tuvimos una buena charla mientras descansábamos en la acera acerca de lo extraño que se sentÃa estar finalmente regresando a casa. Pero éramos felices. Pensé que hacer tiempo para visitar a todos habrÃa sido una actividad increÃblemente estresante, pero cuando llegó el momento, no me sentà demasiado presionado para visitar a nadie. No me arrepiento de no haber visitado a la mayorÃa de la gente. No creo que eso sea algo malo. En mi corazón, creo que en muchos casos un segundo adiós después de ese primer adiós de salir del área fue redundante. E incluso entonces, ningún adiós es para siempre.
Al final del dÃa, volvimos a dormir a la Casa de la Misión. Esperábamos que nuestro grupo (incluido lo que quedaba del Distrito D) estuviera allÃ, o al menos los Élderes de la oficina. Vimos a este último en las oficinas de la misión a la vuelta de la esquina, pero se fueron con el Presidente Regalado en su automóvil para hacer otras cosas, probablemente en preparación para nuestra partida. No esperaba que se fueran por mucho tiempo, pero lo fueron. Cuando llegamos a la casa de la Misión, las puertas estaban cerradas y las luces apagadas. Esperamos un rato para ver si aparecÃa alguien, pero nadie lo hizo. Estaba oscuro y solo se estaba haciendo más tarde. Finalmente, irrumpimos en la casa de la misión. ParecÃa la única opción y lo más lógico. Fue alarmantemente fácil de hacer. Simplemente levantamos la puerta del garaje y entramos. La puerta del garaje estaba abierta. No era como si estuviéramos haciendo algo ilegal para entrar en nuestra propia casa. Me alegro de que nadie más aparte de nosotros los misioneros haya entrado nunca.
Nos tomamos nuestro tiempo para prepararnos para la cama y esperamos a los demás. Estaba inquietantemente oscuro y todo el espacioso edificio parecÃa hacer eco del ruido más pequeño que hicimos. Un paso. Tos. Un susurro. No hablamos mucho, solo porque estábamos cansados ​​y contentos, pero el sonido relajante de los grillos de verano afuera y el golpe del aire acondicionado parecÃan bastante fuertes. El hecho de que nadie estuviera en casa aún considerando que siempre habÃamos tenido un estricto toque de queda de estar en casa a las 9:00 y en la cama a las 10:30 fue lo que probablemente más me preocupó ya que estábamos llegando a la medianoche. Después de esperar unas horas a que apareciera la compañÃa, dándonos por vencidos que no tenÃa sentido, nos fuimos a dormir. Esperaba verlos cuando me despertara, o me despertarÃan cuando llegaran a casa con sus bromas del Distrito D. Los Élderes de la oficina llegaron a casa alrededor de la 1:00 de la mañana y los demás nunca llegaron. Menos mal que no esperamos a que nadie nos dejara entrar.

Resulta que pasaron la noche en otra ciudad (Matamoros creo). Nos reagrupamos al dÃa siguiente. Intentamos tener una idea de a dónde querÃan ir todos para poder emparejarnos en consecuencia, pero nadie querÃa ir a los lugares que yo querÃa. Entonces, en cambio, me ofrecà a ir con el Élder Richmond a visitar a las personas que él querÃa visitar en Riveras nuevamente porque nadie más querÃa hacerlo. Pensé que era mejor olvidarme de mà mismo y hacer algo bueno por él. Tuvimos buenas visitas, incluida la visita a la familia Muñoz nuevamente. Tania estuvo allà esta vez y tuvimos una gran visita con ella. También visitamos a J. y T. nuevamente ya que estaban a la vuelta de la esquina. Para nuestra sorpresa, ¡ambos estaban afuera en sus sillas como de costumbre! J. estaba completamente mejor y animada como siempre. Fue verdaderamente una bendición y un testimonio para mà una vez más del poder del sacerdocio, la última bendición del sacerdocio que darÃa como misionero. Tenemos una última foto juntos. El hijo de T. se acercó muy sonriente y me dio un abrazo como siempre lo hacÃa. Fue más difÃcil para ellos decir adiós que para mÃ. Me habÃa estado preparando mentalmente para volver a casa durante meses, asà que mi partida no fue tan difÃcil. Pero desearon que me hubiera quedado más tiempo porque su hijo cumplirÃa ocho años el mes siguiente y se estaba preparando para bautizarse él mismo. Me hubiera gustado estar allÃ, pero tenÃa que irme a casa.
En otra nota positiva, el esposo de T. se bautizó ese mismo año después del bautismo de ella. J. y T. han ido al templo desde entonces y continúan siendo algunos de los miembros más fuertes de la iglesia en el barrio de Riveras. Tal vez fue fácil despedirme porque sabÃa que estaban más que bien en las manos del Señor. SabÃa que esto no era un final, era un comienzo.
Además, desde entonces Tania ha sido sellada a su familia. Se casó con un ex misionero en el templo y ahora tienen un niño.
La mejor parte de ser un misionero es ver cambiar la vida de las personas y ser parte de ello.